Thursday, February 23, 2006

PELÍCULAS INCREÍBLEMENTE EXTRAÑAS

2. EL MÁS ALLÁ (1981)


Al contrario que a otros compatriotas suyos como Dario Argento o Michele Soavi, al pertinaz Lucio Fulci rara vez se le tiene como autor o como cineasta personal con un estilo propio, sino más bien como al típico destajista que trabajó durante años en la industria de la exploitation italiana, facturando tres o cuatro títulos al año sin despeinarse. Un todoterreno que lo mismo te hacía westerns, pelis futuristas, thrillers eróticos, dramas de época, comedias, giallos o pelis de terror. Es lo que fue, en el fondo. Por eso tratar de seleccionar expresamente aquellas obras de su filmografía que realmente merecen la pena resulta una labor tan estoica como satisfactoria. Más allá de sus contribuciones a otros géneros populares, Fulci ha dejado huella sobre todo en el cine gore más brutal y exagerado, siendo sus obras más celebradas las que podríamos encajar en su etapa de Terror Gótico, por llamarla de alguna manera. Para entendernos, aquellas pelis que dirigió entre 1979 y 1983. Este lustro que aportó quizás las creaciones más brillantes de su carrera coincide también, y no por casualidad, con los años en los que más prolífica fue la producción italiana de género fantástico de serie B. A partir del éxito cosechado en taquilla por la seminal NUEVA YORK BAJO EL TERROR DE LOS ZOMBIS (a su vez una estrategia para explotar el éxito que tuvo en Italia el film ZOMBI de George Romero), los productores italianos de serie B se lanzaron como locos a hacer películas de zombis de todo tipo y condición, dando lugar a uno de los subgéneros más descacharrantes y divertidos de toda la historia del cine palomitero: el de los zombis italianos. Simultáneamente se hacían pelis de caníbales, o de caníbales con zombis, o de zombis radiactivos, o de cualquier cosa en la que pudiera salir algún zombi, aunque no viniera a cuento para nada. Transcurridos estos años el filón de los zombis se agotaría, como ya se agotó en su día el del western, o como se acabaría agotando el de la comedia picante de destape o el del erotismo y sus Emmanuelles varias. Pero mientras duró, Fulci fue probablemente el director que facturó los ejemplos más emblemáticos del género.

Si echamos un vistazo a este llamado ciclo de Terror Gótico, que comprendería títulos como MIEDO EN LA CIUDAD DE LOS MUERTOS VIVIENTES, AQUELLA CASA AL LADO DEL CEMENTERIO o IL GATTO NERO, vemos que Fulci trabajó siempre a destajo y rodeado de más o menos los mismos colaboradores, auténticos profesionales de la industria que sin duda tuvieron su parte de responsabilidad en la génesis de este escalofriante legado: el guionista Dardano Sachetti (también colaborador de Argento), el director de fotografía Sergio Salvati, el compositor Fabio Frizzi, el productor Fabrizio De Angelis (exploiter de zombie-movies italianas por antonomasia), y un reparto formado por actores británicos o australianos de segunda fila (Catriona MacColl, David Warbeck, Patrick Magee) y secundarios italianos de los de toda la vida (Veronica Lazar, Ania Pieroni, o el bizarrísimo Al Cliver, omnipresente sidekick de cualquier peli de género de la época en papeles absurdos como ayudante del policía, enfermero del hospital, y demás).


Pese a estar hablando en todo momento de films surgidos comercialmente a la sombra de las pelis de George Romero, en realidad las películas de zombis italianos, sobre todo las de Fulci, poco tienen que ver con las del barbudo director de Pittsburgh, tanto en estilo como en contenido. Donde Romero expone incómodas metáforas socio-políticas o plantea parábolas sobre las desigualdades sociales de Norteamerica, Fulci apenas ofrece nada más de lo que se ve en pantalla: relatos de terror gótico con un gusto constante por lo surreal, lo pictórico, lo atmosférico. Títulos como el que hoy nos ocupa fusionan a la perfección el sadismo y la barbarie del cine gore más repulsivo con una atmósfera de relato lovecraftiano de horror, en el que lo mismo te aparecen mediums, que rituales arcanos, que Libros Esotéricos Prohibidos, espíritus o demonios. Donde Romero identifica a esas masas con los adormecidos y aborregados ciudadanos norteamericanos de la clase trabajadora, Fulci dibuja a sus muertos vivientes como la expresión del nihilismo y el absurdo más absolutos. Están ahí porque sí, y no tiene ningún sentido, no se sabe de dónde salen, pero están ahí y vienen a por ti. Esto, que normalmente se suele ver como una falta de sofisticación y de complejidad, y por ende, de calidad cinematográfica, puede ser perfectamente una virtud para los amantes del género que no deseen historias reflexivas con dobles lecturas, sino simplemente historias de ambientes tenebrosos, eficaces y convincentes, directas al estómago.

Para el público actual, acostumbrado al formato narrativo del cine de terror moderno, resultará complicado traspasar la barrera del caracter de "italianada" que destilan este tipo de films en cuanto le damos al Play, un caracter anacrónico que nuestras mentes del siglo XXI atribuyen de forma inconsciente a la astracanada, la imitación mal hecha de un modelo americano, el cutrerío y el descojono generalizado. Ahí están para recordárnoslo esos efectos especiales caseros tan alejados de lo digital, esos zooms constantes a los ojos de los personajes, esa música chirriante con sintetizadores, esos contínuos errores de raccord, esos escenarios aquejados de una falta terrible de verosimilitud (esos barrios de la periferia Romana que pretenden ser Los Angeles o Philadelphia, esas cuatro mesas y sillas mal puestas que se supone que son una comisaría de policía, etc.), esos constantes cabos sueltos en el guión o conexiones ilógicas entre una secuencia y la siguiente (normalmente debido a recortes de metraje de última hora por motivos de distribución), y hasta esos errores lingüísticos en los carteles (como ese asombroso letrero colocado a la entrada del depósito de cadáveres de EL MÁS ALLÁ que reza alegremente "DO NOT ENTRY"). Sin embargo, una vez que logramos asumir estos factores como rasgos de estilo propios de esta corriente artística en concreto, en vez de como intentos torpes y ridículos por imitar al modelo americano, el visionado de estos films resulta terriblemente más fascinante.


En ocasiones se ha acusado a las pelis de terror de Fulci de tratar de parecer americanas a base de emplear intérpretes angloparlantes y rodar los exteriores en Nueva York, Nueva Orleans o Londres, cosa que tendrá, evidentemente, su propósito comercial en el mercado americano (el público estadounidense, siempre tan acostumbrado a ver reflejado en la pantalla un mundo que es exactamente igual al que les rodea, se muestra más reticente a consumir productos ambientados en Roma o Turín), pero que en ningún caso invalida el caracter notablemente latino de este tipo de cine. No hay más que ver las películas para darse cuenta de que eso no se parece en absoluto a una película norteamericana al uso, por mucho que salga el Puente de Brooklyn o los semáforos con la señal del "DON'T WALK". En el caso concreto de EL MÁS ALLÁ, relato en la tradición del gótico sureño ambientado en Nueva Orleans, incluso los escenarios parecen más mediterráneos, con esas casas coloniales, plantaciones, clubs de jazz, la presencia del mar y el viento... Por otro lado, si existe realmente una influencia clara de las obras americanas en las italianas de segunda fila, no resulta justo tampoco olvidar la influencia que el cine popular italiano ha tenido en el norteamericano: sin entrar ya en terrenos como el del spaghetti western o el cine negro francés, lo cierto es que las películas de Fulci han dejado huella confesa en cineastas estadounidenses tan variopintos como Tobe Hopper, William Lustig o el mismísimo Quentin Tarantino, gracias a cuya distribuidora Rolling Thunder pudo verse por primera vez en los States una versión íntegra y remasterizada de EL MÁS ALLÁ.

De entre todas las películas de zombis y terror sangriento que se produjeron en Italia durante estos años, EL MÁS ALLÁ es sin duda una de las mejores, si no la mejor de todas. Tampoco sé si encajarla como película de zombis, porque los zombis en el fondo son lo de menos. En el guión original de Dardano Sachetti, de hecho, ni siquiera aparecía ningún zombi, pero el mandamás Fabrizio De Angelis se empeñó en que para venderla en toda Europa lo importante era que salieran zombis por algún lado, que era lo que estaba de moda, así que se metieron. La sinopsis del film, por otro lado, es de manual de guión de terror de toda la vida: tenemos un hotel antiguo en Nueva Orleans, y a una protagonista (Catriona MacColl) que hereda el hotel, vaya usted a saber cómo. En realidad, dicho hotel está construido sobre una de las Siete Puertas del Infierno que hay en la tierra, por lo que ya la gente que se acerca al lugar tiene especial predilección por sufrir todo tipo de accidentes y muertes horribles en circunstancias de lo más macabras. Por supuesto, el lugar no está exento de antecedentes tenebrosos: allí vivió un pintor que era en realidad el Guardián de la Puerta del Infierno, pero los supersticiosos lugareños lo acusaron de brujería y lo ajusticiaron allí mismo, en una de las habitaciones del hotel. El caso es que, como ya podréis suponer, la nueva inquilina no tiene ni puta idea de nada de esto, así que se pone a restaurar el edificio con el objeto de montarse allí el chiringuito, cuando poco a poco empieza a morir hasta el tato de las formas más rocambolescas. Alguien ha dejado la puerta abierta y el Mal se va colando poco a poco hacia el mundo de los vivos, hasta el punto de desatarse una invasión de zombis en toda regla. Ayudada por un médico de un hospital cercano (David Warbeck), la nueva dueña de tan diabólico establecimiento hostelero tratará de huir como sea de las Fuerzas del Mal, pero obviamente ya es demasiado tarde.


Co-producida con inversores alemanes, escrita en seis putos días y rodada en no mucho más tiempo con la irrisoria cantidad de 580 millones de liras (unos 450.000 dólares), EL MÁS ALLÁ es uno de esos milagros que sólo los italianos parecían capaces de hacer en la época, una de esas pelis que salen muy bien de puta casualidad, porque desde luego si surgió fue única y exclusivamente por motivos comerciales. La producción original del ZOMBI de George Romero, que no era precisamente una superproducción de Hollywood que digamos, ya contaba con el triple de presupuesto. En el audiocomentario que se incluye en la edición de Anchor Bay en DVD, David Warbeck cuenta cómo la noche antes de empezar a rodar la película aún seguían escribiendo el guión para quitar y poner cosas que por problemas financieros hubo que cambiar, y que cada día iba al set sin tener ni puta idea de qué coño se iba a rodar, le daban allí mismo justo el cacho del guión que se iba a hacer ese día y se iba aprendiendo el texto sobre la marcha. El resultado es tan confuso y atropellado como cautivador, uno de esos ejemplos de cine hecho sobre la marcha que aprovecha inteligentemente sus carencias para hacer de ellas su mayor virtud, envolviéndolo todo con un halo surrealista y fantasmagórico que a la postre acaba siendo lo mejor de la función. A Dalí o a Buñuel les habría encantado EL MÁS ALLÁ, por todas las sorpresas que contiene. De entre todas, podríamos destacar las siguientes:

- El ambiente onírico de la historia, ya fuera casual o pretendido. Al igual que sucede en ese testamento kubrickiano que fue EYES WIDE SHUT, el hecho de que los personajes se muevan todo el rato por los mismos decorados (el hotel, el hospital, la casa de Emily y para de contar), siempre rebotando de un sitio para otro, da a la obra una atmosfera irracional a medio camino entre el sueño y la vigilia. En su intento inútil por escapar de la amenaza del Más Allá, los protagonistas acaban caminando en círculos, volviendo constantemente al punto de partida. Todo ello unido a la cámara fluida, y a escenas como la del primer encuentro de Emily (Cinzia Monreale) en esa carretera recta hacia ninguna parte en mitad de los diques, desemboca en esa atmósfera pesadillesca inconfundible.

- El retrato casi imperceptible de Nueva Orleans, la llamada Big Easy, con esos pantanos, esas plantaciones, esos sótanos inundados, esas casas del French Quartier...

- El fatalismo o determinismo con el que se conducen los personajes. En el cine de Fulci los protagonistas no son héroes que luchen contra la amenaza, sino víctimas que tratan de escapar sin ningún éxito. Las conclusiones son tan pesimistas como las de los films de Romero, pero al contrario que en estos, los personajes no plantan cara a los muertos con montones de armas, sino que simplemente no hacen nada salvo tratar de huir hacia ninguna parte y contemplar una tras otra las diversas escenas de muertes repugnantes y evisceraciones varias que Fulci va repartiendo aquí y allá. Los personajes son seres totalmente monócromos y pasivos: les pasan cosas, pero ellos no reaccionan contra ellas. Como buenos habitantes de Nueva Orleans, se toman las cosas con calma. Mientras que los personajes de Romero son auténticos "survivors" natos a los que aún les queda una brizna de esperanza, para los de Fulci no hay nada, el No Future más absoluto.


- El mundo interior del Más Allá, esa escena en la que los protagonistas finalmente cruzan el espejo para encontrarse dentro del cuadro del pintor Schweick, rodeados de esa especie de cadaveres petrificados, como los de las víctimas del Vesubio. Fulci rodó aquella escena con auténticos vagabundos que trajeron de la calle, les dieron abundantes cantidades de alcohol de garrafón y les pusieron ahí a aguantar el temporal.

- La siempre inquietante presencia de Veronica Lazar como tenebrosa ama de llaves, repitiendo el papel que ya hiciera para Dario Argento en INFERNO (película con la que EL MÁS ALLÁ comparte no pocas similitudes, desde los créditos sobre fuego al Libro de Eibon oculto en una biblioteca).

- La muerte del arquitecto (Michele Mirabella) en mitad de la biblioteca, atacado por la plaga de tarántulas (algunas de ellas reales). Una de esas muertes absolutamente absurdas en las que Fulci se recrea hasta lo malsano para luego olvidarse del personaje por completo y no volver a mencionarlo, como si no hubiera pasado nada. ¿Acaso nadie encuentra el cuerpo? ¿Cómo puede reaccionar el encargado de una biblioteca que se va a comer y cuando vuelve se encuentra en mitad de la sala a un individuo devorado por una horda de tarántulas asesinas?

- La brutal secuencia del asesinato de Emily por parte de su perro lazarillo, que se le lanza violentamente al cuello. Secuencia, por otro lado, calcada tal cual de la que rodó Argento en SUSPIRIA.


- La amoralidad de algunas de las secuencias, como esa en la que David Warbeck no se lo piensa dos veces antes de disparar a bocajarro contra una niña ya captada por las Fuerzas del Mal. En cualquier película americana el protagonista se habría debatido cuando menos con su conciencia, incapaz de disparar a quemarropa contra una niña pequeña. Aquí, en cambio, no hay piedad de ningún tipo, ni siquiera para una pobre niña.

- Las frases esotéricas de libros diabólicos repartidas por todo el metraje, algunas realmente rimbombantes y delirantes, en plan: "Woe be unto him who opens one of the Seven Gateways to Hell, because through that Gateway Evil will invade the world... and you will face the sea of darkness, and all therein that may be explored...". Y así todas.



Y ahora viene cuando la matan: ¿cómo conseguir esta insólita película? Pues hombre, hoy por hoy, difícilmente. La mejor edición, la americana de Anchor Bay, está descatalogada hace tiempo, por lo que sólo se puede conseguir de segunda mano en eBay o en el Marketplace de Amazon por cifras superiores a los 30 dólares del ala. Eso sí, incluye el famoso audiocomentario de Catriona MacColl y David Warbeck (grabado en el dormitorio de este último justo dos semanas antes de su muerte), así como entrevistas, trailers, vídeos musicales, galerías de fotos y una versión distinta del prólogo tal y como se incluyó en la copia alemana del film. Incluye pistas de doblaje y subtítulos en italiano e inglés, y es totalmente íntegra y restaurada en widescreen. Otras ediciones aceptables son la italiana de Mondo, o la holandesa de EC Entertainment. En España, ni qué decir tiene que no se ha editado jamás ni parece que haya perspectivas de ello, a menos que pilles el típico transfer cutre de VHS en alguna colección de estas de los quioscos. Es poco, pero es lo que hay. Y hombre, ya en terrenos más de andar por casa, pues la versión que rula por el eMule en castellano tampoco es mala, para estar cogida de la edición original en VHS. Por lo menos es íntegra y la calidad de imagen es más que aceptable. Muerto Fulci y muerto Warbeck, nos quedaremos para siempre con las ganas de llegar a ver BEYOND THE BEYOND, ese proyecto de secuela con el que al parecer Fulci ponía los dientes largos a sus fans de cuando en cuando, y sobre cuya existencia secreta aún se rumorea por ahí en esos foros para cinéfagos en grado extremo de perdición.

Hasta aquí el rollo de hoy. No os desesperéis, porque si esta sección sigue su curso, no será esta la última italianada que aparecerá por estos pagos. La deuda que los aficionados al cine extraño tienen (tenemos) para con la industria del país de la mozarella es enorme, y se dejará probada constancia de ello aquí por activa y por pasiva.


Tuesday, February 21, 2006

LA VIDA A CACHOS


¿Por qué llevo tanto tiempo sin actualizar el blog? Podría recurrir a toda esta retahila de excusas que siempre funcionan: que si he tenido mucho trabajo, que si he estado escribiendo la crónica del viaje a Francia, que si he tenido compromisos sociales no deseados (bueno, y hasta alguno deseado)... Todas serían ciertas, y todas serían, para qué negarlo, insuficientes. En realidad, no actualizo el blog por lo mismo por lo que no escribo postales. Porque no sé si lo sabíais, pero yo, salvo amenaza o coacción, nunca escribo una puta postal a nadie. No por ser desconsiderado, ni porque no me acuerde de los amigos sino porque me parece absurdo. Es que vamos a ver, ¿qué contenido puede llegar a tener el texto de una postal que resulte gratificante para el lector? "Hola, estoy en Lanzarote. Aquí me lo estoy pasando en grande, me paso todo el día en la playa viendo tías en bikini y comiendo. No veas qué bonito es esto. Ayer fuimos al Timanfaya y casi me caigo del camello. ¡No veas qué risas! Bueno, nada más. Muchos besos. Agur!". Y eso que yo gasto letra pequeñita, pero ni por esas. Una postal es el medio de expresión para quienes no pretenden expresar absolutamente nada. No es más que una incómoda convención social, un rollo más del que tenerte que preocupar cuando vas de viaje.




En mis tiempos universitarios y pre-universitarios, tenía costumbre de combatir el aburrimiento inherente a los veranos que transcurrian en la costa mediterránea escribiendo largas y extensas epístolas a todas mis amistades. Me refiero a epístolas que fácilmente podían llegar a alcanzar los cuatro o cinco folios de extensión. Vamos, de hecho, me consta que muchos ni se las leían. Ya sabéis, lo típico de cuando a final de curso comentas dónde va a ir cada uno de vacaciones, y surgen esas cosas de "pues escríbeme una postal, ¿vale?". Pues yo ni postal ni nada, me ponía a soltar unas novelas y unas profundas reflexiones que ni Wittgenstein en el Tractatus Logico-Philosophicus ese. Hoy en día ya no escribo ni cartas, ni postales, ni e-mails ni nada, porque mis viajes ya de por sí suelen plantear los suficientes obstáculos estructurales como para andar uno preocupándose de comprar sellos, buscar la Post Office, y demás. Cierto es que algunos de mis acompañantes en estas travesías demuestran en ocasiones la moral y el atrevimiento suficientes para llevar a cabo iniciativas de lo más estoicas por correo postal. Por ejemplo, el ilustre Sr. Regalado, durante nuestra estancia en Escocia, se dedicó a enviar cada día una postal distinta a su novia desde un pueblo distinto cada vez, narrando las vicisitudes de cada día de viaje, lo cual, si se piensa, no deja de ser una especie de versión primigenia de lo que hoy entendemos por blog.

Además de esto de las postales, hay otras manías en mi vida con las que bien podrían establecerse analogías: por ejemplo, siempre me como todo lo que haya en el plato, y siempre todo seguido. Si me como, pongo por caso, un filete con patatas, me como siempre todo el filete, y una vez lo termino, todas las patatas. Tampoco leo nunca dos libros a la vez. No empiezo un libro sin haber acabado el anterior, no veo nunca las películas a cachos, y nunca entro al cine con la película empezada. Rara vez como entre horas, pero en las horas de las comidas, siempre como grandes cantidades de una sola cosa. Si puedo comer mucho de un plato, mejor que un poco de cada plato. En resumen, todo en mi vida se rige por los mismos principios idiotas: 1) si empiezas una cosa, es para terminarla, no para dejarla a medias; 2) antes de empezar a hacer cualquier cosa, he de terminar primero lo que estaba haciendo antes (lo típico: "hasta que no te termines la merienda no bajas a jugar"); 3) si hay que hacer algo se hace bien, en su totalidad, y desde el principio hasta el final. Para hacer en la vida sólo cachos o fragmentos de cosas, es mejor no hacer nada.

Para alguien con esta curiosa auto-disciplina, hacer un blog en el sentido tradicional (actividad fragmentaria donde las haya) es el equivalente a pasarte la vida comiendo a deshoras y a base de pintxos y canapés ajenos, en vez de sentarte delante de un plato de marmitako propio y dedicarte en exclusiva a comerlo. Es como pretender abarcar todo el conocimiento del mundo a base de coleccionar postales. Abarcar mucho y apretar poco. Mencionar la existencia de las cosas sin llegar a aprender nada sobre ellas. Acumular toneladas de links, noticias y fotos sacadas con el móvil sin llegar a reflexionar nunca sobre qué coño de sentido que eso exista y que tú lo hayas puesto ahí. En nuestra sociedad actual, más que nunca, la vida es eso: fragmentos o cachos sueltos de cosas. Un flyer por acá, un aperitivo por allá, un cafecito rápido, un sandwich vegetal a la hora de comer, un titular de portada leído de pasada, un cacho de un episodio de una serie que ves en la tele en el intermedio entre otros dos cachos de episodio de serie, un estribillo que has escuchado en un anuncio, un crucero de siete días por todo el Mediterráneo.




El Diplomaster, en su sabiduría habitual, me revelaba recientemente, frente a un cortado y un cigarro consumidos rápidamente en un ratito libre, en qué radica el éxito de los blogs como medio de expresión: mucho contenido dosificado en píldoras diminutas. Una foto, un link, una anécdota de tres líneas. Puntas de icebergs que apuntan a la existencia de mastodónticos bloques de hielo, sin que estos lleguen nunca a emerger y a mostrarnos su figura. La gente no tiene tiempo, ni costumbre, ni ganas de detener toda su actividad en un momento dado para dedicarse en exclusiva a leer un libro de cuatrocientas páginas, o a ver una película de tres horas, o a comer un menú de tres platos y postre. La gente navega en Internet al mismo tiempo que tiene puesta una película en la tele, habla por teléfono y picotea galletas de una bolsa. Las fascinantes veladas enfrascadas en la fascinante lectura de un libro hasta las cinco de la mañana, las partidas de juegos larguísimos que duran mañana, tarde y noche, o los viajes que sabes cuando empiezan pero no cuando terminan... Todo esto pertenece a un pasado exento de responsabilidades en el que unos pocos afortunados creímos que podíamos disfrutar de todo el tiempo del mundo.

No sé muy bien por qué esto del blog está saliendo así, pero intuyo que es por esta incapacidad mía de reducir las cosas a su expresión más superficial. Tampoco sé si esta será la línea editorial a seguir, pero de momento anuncio que la gran mayoría de las obligaciones que hasta ahora me tenían preso casi se han evaporado, y que el blog va a cobrar relevancia, y que todo parece indicar que se actualizará cada poquitos días con cosas nuevas. Lo siguiente que va es la reactivación de la sección Películas Increíblemente Extrañas, un tocho horroroso sobre Lucio Fulci, Dardano Sachetti y el encanto de los zombis italianos. Bueno, tocho para ir en un blog, claro. Y lo siguiente, pues a saber. Posts del tipo de "qué bien me lo pasé anoche en la cena del equipo de futbito, luego fuimos al Antzoki y al Azkena", pues dudo mucho que lleguen a aparecer por aquí. Tal vez porque, inconscientemente, no los considere más que postales enviadas desde el Timanfaya.

Saturday, February 04, 2006

LA DIOSA DE LOS COCOS

A pesar de que vivamos en una época en la que ni Dios cumple con sus presuntas obligaciones como cristiano o como lo que sea, las supersticiones derivadas de las religiones dominantes siguen estando a la orden del día. Aquí en Bilbao, por ejemplo, poca gente queda ya de misa diaria, o incluso de misa semanal, y la gente en general vive ajena al devenir de la Iglesia Católica salvo para bodas, bautizos y comuniones. Sin embargo, esto no impide que se sigan celebrando festividades y eventos de naturaleza exclusivamente religiosa, incluso por quienes dicen no practicar ningún culto. Algunos pueden ser más o menos cotidianos, como la Navidad, la Semana Santa, los Funerales... y otros especialmente localistas, como lo de la Virgen del Rocío, la Sangre de San Pantaleón, o como lo de la Virgen de Begoña. Porque rara vez encuentras a personas que se confiesen devotas de este personaje ficticio, pero luego el Athletic empieza a correr peligro de bajar de división y hasta el más ateo se persona en fecha y hora delante de la Basílica para hacerle una ofrenda a la Amatxu de Begoña a ver si metemos algún gol. Porque una cosa es ser católico, o religioso, y otra muy distinta la Amatxu de Begoña, que es una cosa muy buena y muy nuestra de toda la vida. Que yo no creo en las meigas, pero haberlas haylas.



El día 15 de agosto (creo) celebramos por acá el rollo este de la Virgen de Begoña, que no sé muy bien en qué consiste, pero la gente se levanta a las cinco de la mañana y sube hasta la Basílica, que está arriba del todo del puto monte, a comprar rosquillas. A comprar las putas rosquillas. Podemos hablar simplemente de tradición bilbaína, o de negocio tradicional (un poco como lo de vender el talo con chorizo a cinco euros en Santo Tomás), pero lo cierto es que a eso de las seis de la mañana, hora intempestiva donde las haya, ve uno la Plaza de Unamuno repleta de familias con los niños y con el traje de los domingos desayunando café con leche con rosquillas en las terracitas, tomando al asalto un terreno normalmente colonizado por otras gentes más alternativas, tales como yonquis, gourmets del brik de Cumbres de Gredos, chavales del botellón y patrullas de la Policía Municipal. Como madrugón, pues ya me sorprendía, hasta que un año, a eso de las doce de la noche, iba yo en coche por los aledaños de la ría en dirección a Las Arenas, cuando me percaté de que, a la altura de Erandio o por ahí, se veía bastante gente caminando hacia Bilbao cargada de flores, mochilas, y hasta en grupos grandes como de boy scouts. El conductor del vehículo en el que yo me hallaba me explicó que en realidad iban todos a subir a lo de la Virgen de Begoña a por las rosquillas. Que tradicionalmente hay que ir andando, vaya usted a saber por qué. Es una especie de peregrinación, como la del Camino de Santiago, pero más breve. Así que la gente se pone a caminar a eso de las once o las doce de la noche en municipios que se hallan a una veintena de kilómetros de Bilbao con intención de llegar a la Basílica para el alba. Es decir, que no sé si ha quedado muy claro esto: no se trata de gente especialmente religiosa, ni particularmente creyente, pero cada año gente de Algorta o de Astrabudua caminan toda la noche por mitad de la carretera para ir a comprar unas rosquillas a la hora más absurda que se conoce, y luego volver y ya está. Vale que la gente que se hace el Camino de Santiago tampoco lo hace por desatar sus fervientes creencias catecumenales, pero coño, eso al menos puede entrar dentro de la categoría del turismo-aventura: recorrer montañas, bellos parajes, pueblos pintorescos, relacionarse con otros mochileros de buen rollito, visitar bonitas villas medievales, cantar canciones junto al fuego con una guitarra mientras se fuman cigarrillos de droga blanda, tratar de ver si se pilla con algún peregrino del sexo opuesto, o incluso del propio, aunque sea por accidente... Vamos, que esto yo lo puedo entender. Pero lo de andar por mitad de la carretera a las tres de la mañana, contemplando paisajes tan emocionantes como las fábricas y los concesionarios de coches de Erandio, o las casas de San Ignacio, la mitad del tiempo andando ahí por el arcén con gran peligro para tu vida... Y todo para comprar unas rosquillas con cuatro amatxus de esas que luego entrevistan en TeleBilbao... Pues no sé, yo no lo acabo de entender. Esto sólo se explica como una paletada supina, una bilbainada más como lo de las Peñas del Athletic, un apego a la tradición y al oscurantismo que se lleva como orgullo personal en vez de como mero anacronismo.

Hasta hace escasas horas, yo pensaba que esto de las rosquillas no tenía parangón en ninguna otra cultura ancestral ni moderna, hasta que este curioso artículo de la BBC me ha abierto los ojos. Cambiad la Basílica de Begoña por el templo hindú de Maa Tarini, situado en la región de Orissa, al este de la India, y las rosquillas por cocos, y ya tenéis montado un ritual totalmente surreal alrededor de no se sabe muy bien qué. Dejad que os explique esto de los cocos: al parecer, y por alguna exigencia propia del culto concreto que se practique por aquellas lejanas tierras, en este Templo hacen falta cerca de un millar de cocos cada día para realizar las pertinentes ofrendas al ser ficticio de turno que adoren allí. Para aprovisionarse de cocos, los propios ciudadanos de la región donan gratuitamente sus propios cocos al Templo. No sé si este templo contará con muchos fieles o no, pero en cualquier caso, y dado que en la India hay gente hasta para tomar por culo, con que haya un pequeño porcentaje de devotos entre la población, pues ya son un porrón de ellos. Total, que cada día llegan hasta el Templo la friolera de 15.000 cocos, y eso los días normales, porque ya en las Festividades especiales y tal, la cifra puede alcanzar fácilmente las 100.000 unidades.



¿Y cómo llegan todos estos cocos hasta el Templo cada día? Pues aquí viene lo bueno, porque al parecer las Autoridades Religiosas competentes han organizado una complejísima red de distribución similar a la que se organiza para el correo postal, pero sólo para cocos. For Coconuts Only. Ponen por ahí esparcidas diversas cestas en las que los fieles pueden dejar sus cocos y luego hay gente encargada de recogerlos y llevarlos al Templo, un poco como con los buzones de Correos. Las cestas las ponen por otros templos menores, en edificios públicos o administrativos, en autobuses públicos, o directamente en la puta calle. Luego también hay los habituales chalaos que peregrinan ellos mismos hasta el Templo con los cocos, pero esto ya es menos frecuente. Lo más absurdo de todo es lo de los conductores de autobús, que hacen incluso paradas aleatorias durante el trayecto en cuanto ven a cualquier pringao en mitad de la carretera con un coco. El bus para, el conductor coge el coco, y lo deja en un compartimento adecuado a tal efecto que al parecer hay en todos los buses de la región. De hecho, es habitual que allí la gente viaje siempre en el transporte público rodeados de cocos por todas partes, lo cual no deja de ser sorprendente para quienes vivimos en un mundo aséptico en cuyos metros y autobuses está absolutamente prohibido comer o incluso manipular alimentos de según qué condición. Pero allí no, allí los autobuseros son personas absolutamente fieles a la Diosa Maa Tarini, y son conscientes de que llevan a cabo poco menos que una misión divina. Si se negaran a llevar los cocos al Templo, podrían acontecerles miles de desgracias y penurias como castigo, y de hecho es frecuente que aquellos herejes que se atreven a no llevar a cabo tan sagrada tarea que se les ha encomendado sufran todo tipo de averías en el vehículo, fallos en el motor, pinchazos, choques frontales, etc. El caso es que allí, independientemente de dónde te encuentres, basta con que le entregues tus cocos a cualquier conductor de autobús. Eél lo llevará hasta el Templo, o en su defecto se lo dará a otro autobusero que haga una ruta más cercana al Templo. Los cocos cambian de manos varias veces a través de esta laberíntica red de autobuses hasta que llegan a su destino final. Por el momento, en Bilbao seguimos sin usar a los conductores del Bilbobus para llevar ofrendas a la Amatxu de Begoña, pero todo se andará.



Luego ya en el templo este, como es lógico, les sobran casi todos los cocos. Unos pocos los dedican a ofrendas, consistentes en ponerse uno a los pies de la Diosa antedicha y empezar a darles de hostias a los cocos con cualquier instrumento contundente, o directamente con la fuerza bruta, hasta que se rompen, una y otra vez, así con todos hasta poner todo hecho un cristo. Desconozco qué tipo de simbología habrá detrás de esto, pero el caso es que los miles y miles de cocos sobrantes se los venden a los comerciantes de los municipios adyacentes a precios irrisorios, lo que ha propiciado que en la región existan todo tipo de variedades gastronómicas basadas en el coco: que si dulce de coco, que si aceites de coco, etc... Vamos, que por aquellos lares se puede uno hartar de comer cocos. Luego también parece que la industria musical ha prosperado bastante en los alrededores, y mientras que aquí nos enfrentamos al acuciante problema del Top Manta y del subsahariano que te vende el último de Chenoa, allí los recopilatorios de cánticos espirituales en honor al Coco están en los primeros puestos del Billboard local, hasta el punto de que venden una media de 100.000 copias de cada CD. Que allí son muchos más que nosotros, y claro, como tampoco todos tienen el eMule, pues se lanzan como locos a comprar el Coconut Mix vol. 5.

Así que ya veis cómo estamos. Mientras unos caminamos noches enteras para comprar rosquillas y rendir tributo a la Amatxu de Begoña, otros montan una gigantesca red de distribución de cocos para que unos sacerdotes los escachuflen a hostias sin más. Y el mundo, mientras tanto, sigue girando.