Monday, April 03, 2006

NIPONANISMOS (I)

¿Sabéis donde se compran los DVDs en Japón? Sí, vale, puede uno ir a Virgin o a Tower Records, pero no tiene ninguna gracia, porque viene a ser como ir a la FNAC. Sin embargo, hay otros lugares paradisíacos para el turista pajero que los oriundos llaman Electric Towns. Se trata de calles o distritos de las grandes ciudades en los que se concentran literalmente cientos de tiendas y comercios dedicados a la venta de chismes tecnológicos, desde reproductores de MP3 hasta televisores, pasando por cámaras digitales, teléfonos móviles o memorias USB. Un poco como esos bazares que tenemos aquí, repletos de carteles de Hitachi o de Samsung, pero con la mercancía a pie de calle y charlatanes japoneses aullando sus ofertas con altavoces a todos los transeuntes. Un sitio más parecido al mercadillo de Estepona o al rastro de Madrid que a los bazares con señores trajeados tipo Laucirica o Bermúdez en los que compramos nosotros, pero eso sí, con aparatos electrónicos totalmente pioneros que en España no los hemos visto ni en foto. En este tipo de lugares, como la inabarcable Akihabara de Tokio, o la llamada Dem-Dem Electric Town de Osaka, abundan, además de los bazares, una serie de tiendas con el cartel de "CD/DVD", que son, como su propio nombre indica, tiendas de DVDs y Video CDs, pero un poco distintas a lo que nosotros conocemos. Por muchas tiendas de estas en las que uno se adentre, siempre siguen más o menos el mismo modelo: una pequeña estantería con películas usadas de saldo (como en cualquier establecimiento tipo Boom Video o similares); otra pequeña estantería con películas infantiles de Disney y similares; y luego, justo al lado de las anteriores, las porno. En realidad, las pelis porno ocupan el 90% del espacio de estos locales, exceptuando las dos estanterías mencionadas, que suelen estar situadas cerquita de la entrada como para despistar.


Teniendo en cuenta la enorme cantidad de este tipo de locales que hay en estos barrios, y la ingente variedad de títulos pornográficos disponibles, uno diría que el japonés medio es uno de los ciudadanos que más pornografía consume del planeta. Todos los DVDs guarros que uno puede encontrar en el país del Sol Naciente son, sorprendentemente, de producción local. Es casi imposible encontrar allí un DVD de Private o de la Vivid Video, no sé si por algún motivo legal o porque no hay mercado para ellos. Las estanterías de estas tiendas, sumadas a las de los quioscos y librerías de todas las galerías comerciales, son escaparates interminables abarrotados de imágenes de tentadoras lolitas de ojos rasgados que te sonríen desde la revista, la carátula o el sobre de trading cards invitándote a salivar frenéticamente sobre el mostrador. Quizás lo más parecido que conozco a este tipo de tiendas son las que están repartidas por la Octava Avenida de Nueva York, a lo largo de casi quince manzanas. Salvo por el hecho, claro está, de que en Japón no hablamos precisamente de quince manzanas, sino de barrios y distritos enteros.

El hecho de que los japoneses hayan encontrado en las Electric Towns su lugar natural para comerciar con los reclamos sexuales no es casual. El sex-shop más grande que quien esto suscribe ha pisado jamás no se encuentra en Atocha ni en la calle Montera, sino en la Electric Town de Akihabara, Tokio. Se trata de un mastodóntico edificio de seis plantas, sótano incluido, en la que se expenden todo tipo de publicaciones, DVDs y artilugios sexuales de la más variada condición, dividido en secciones y en parafilias, como si fuera el Corte Inglés. Uno casi espera oír la voz femenina de turno por los altavoces: "Quinta planta: sadomaso, bondage, lolitas y fist-fucking". Había hasta cestitas de estas como las del Eroski para ir llenándolas de todo lo que quisieras antes de pasar por caja. Curiosamente, las primeras estanterías de la entrada no mostraban ningún tipo de perversión, sino un uniforme de Darth Vader y una vitrina llena de merchandising y action figures de Godzilla, Spiderman y otros motivos para frikis. Como he dicho antes, algo como para despistar, porque al menos yo entré allí atraido por aquel imponente casco de Darth Vader, y una vez dentro ya descubrí de qué iba realmente el asunto.



La idea principal de todo esto reside en el hecho de que, para el japonés medio, el cliente potencial de los caprichitos tecnológicos de última generación y el las películas porno vienen a ser el mismo. Ambas cosas son casi indisociables dentro de un perfil que podríamos llamar el friki pajero absoluto. Seguro que todos conocéis a más de uno, si es que no lo sois vosotros mismos: se trata de ese individuo sudoroso, con los pelos revueltos, vaqueros y camiseta vieja, que se pasa todo el puto día encerrado en casa jugando al ordenador, bajándose series de TV de la mula, en pequeños habitáculos sobrecalentados hasta el infinito por la acción de los PCs inapagables, la televisión y los flexos. Ese al que siempre llamas cuando no te funciona el ordenador y no te atreves a meterle el destornillador por tu cuenta y riesgo. Un individuo con una vida propia tanto en lo físico como en lo mental, un hikikomori de occidente.


¿Existe, pues, un vínculo entre sexo y tecnología? En Japón, parece obvio que sí. El estereotipo del otaku descrito en el párrafo anterior es el prototipo de individuo japonés por antonomasia. En Occidente, los otakus no son productos de nuestra cultura, si bien el nexo entre la tecnología y el calentón genital se vive de otra manera. Ahí están, por poner un ejemplo, esas ferias del automóvil repletas de tías buenísimas con uniformes que muestran más que esconden; esas películas facturadas siguiendo la fórmula "coches rápidos + tías jamonas"; esas "revistas masculinas" (probablemente el único formato periodístico que supera en idiotez y vacuidad al de las "revistas femeninas" tipo Cosmopolitan o Ragazza), que alternan reportajes fotográficos de módelos de Photoshop con artículos sobre Audis o BMWs; o incluso ese infraser que llega al discotecón de chunta-chunta a las cuatro de la madrugada en un cochazo descapotable, rodeado de dos o tres suripantas voraces a las que debe convidar a cubatas y farlopa. En otras palabras, el coche como proyección de nuestro pene, como mera extensión o apéndice de nuestro cuerpo, con el que vamos a cualquier parte como unos señores. Y en consecuencia, el desarrollo de esa idea comercial de que al que le vendes el cochazo, también le vas a vender la peli de tías buenas con pinta de putones de after. Del mismo modo que al geek sudado del destornillador le vendes la colección de hentais o los vídeos de lolitas niponas adolescentes.

Por lo que a mí respecta, yo no sé casi ni conducir, la mera idea de ponerme al volante de un turismo dispara mi nerviosismo hasta extremos increíbles, y mi interés por el mundo del motor es totalmente nulo. En lo concerniente a cachivaches tecnológicos, tampoco tengo ni la más mínima puta idea, ni estoy al día de cuántos turbogigas tiene el último aparato de Sony, ni tengo ipods ni palms ni móviles con cámara de fotos. De lo cual podría deducirse que soy un hombre que no reflejo un gran impulso sexual. O eso, o es que directamente soy un invertido o un raro. Sin embargo, he de confesar que a nivel iconográfico, el fetichismo de la tecnología y las mujeres me pone especialmente erecto. Mi última obsesión es esta delicia adictiva de la "japanese idol" Reon Kadena y su ipod, que han tenido a bien (o a mal) descubrirme los siempre sorprendentes responsables de Crazy Japan. El clip de esta chica y su ipod juguetón presenta una simbiosis perfecta entre los dos elementos japonanistas más emblemáticos: por un lado, la tecnología digital avanzada, y por otro, la lolita japonesa "barely legal", obsesión inevitable de los treintañeros solteros que contamos con una educación sexual de lo más deficiente (y que quizás por ello, aún admiramos a esas niñas del instituto con uniforme de colegiala pero con dos pedazo de tetas).



Reon Kadena, también conocida como Leon Kadena y Minamo Kusano, es una de las cientos de pin-ups niponas más bellas de nuestra era, parte de un fenómeno que en Japón tiene literalmente millones de seguidores compulsivos. Lo mismo da que haga películas, photobooks, vídeos musicales, o simplemente que salga en bolas en Internet. Al igual que aquí, aquí y aquí. Lo importante es contemplar a esta fémina aparentemente risueña, que proyecta esa imagen de ingenuidad adolescente que hace que desenterremos nuestra conciencia de viejo verde, nuestra lascivia inmediata del adolescente que, para qué engañarnos, aún llevamos dentro. Por algún motivo, uno siempre acaba sintiéndose más fascinado por el encanto que despliegan las muestras de erotismo de aquellas sociedades en las que la represión sexual es mayor. La japofilia, por así llamarla, es la obsesión sexual casi inherente al friki pajero absoluto, capaz de sobreponerse a todo lo que ésta conlleva. Incluso a esos incómodos mosaicos digitales que surgen a veces de la nada donde debería haber un coño.

6 Comments:

At 7:16 PM, Anonymous Anonymous said...

DIOOOSSSS!! LA MADRE QUE LA PARIOOOOOOO!!!!

Jack

 
At 9:39 PM, Blogger c said...

Saludos compañero, la verdad es que una peregrinación a la Electric Town la tengo que hacer algún día, y de rodillas. Muchas gracias por su mención, yo tb le leo desde hace poco y sus reseñas fílmicas me parecen geniales.

Nos leemos.

Saludos!

 
At 12:57 AM, Anonymous Anonymous said...

muy wen post, un 10

 
At 12:00 PM, Blogger Trotón said...

He linkeado este artículo, que me ha parecido curioso e interesante para comentarlo en El Blog Rarito

 
At 6:09 PM, Anonymous Anonymous said...

Ejem ejem, eso me recuerda que en mi primer viaje a Tokyo... yo fui uno de los que "se despisto" con la aparente inocuidad de la primera planta... y al subir y subir... pues fuimos flipandolo mas y mas! :D.


Saludos Py

 
At 7:29 PM, Anonymous Anonymous said...

gran articulo,
pero veo ke no te gustan los hikikomoris occidentales como les llamaste.
hey, cada uno hace su vida, pero es cierto ke es enfermizo y adictivo, todo eso de los japoneses y sus perversiones, ke aparte to2 tenemos, pero alla la cosa se dispara.

 

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