Sunday, September 10, 2006

LAS BODAS: DO THE HOKEY-POKEY!

1.
Las bodas son probablemente el mejor escaparate de las miserias humanas después de las guerras. De hecho, la asistencia a las mismas funciona un poco por el mismo rasero que lo de que te manden a hacer la mili: llegada una edad, te convocan a una y a otra y a otra, todas ellas muy a tu pesar, y gestionadas por un servicio de reclutamiento que debe cubrir la totalidad de las plazas del restaurante con invitados cuya presencia allí pueda justificarse con algún argumento, por descabellado que sea. Evidentemente no puedes desertar, si no quieres incurrir en grave delito protocolario. Como mucho como mucho puedes declararte objetor de conciencia, o lo que es lo mismo, lograr que te dispensen tras exponer diplomáticamente la excusa más peregrina que se te ocurra: que si ese día tengo otra boda, que si me toca guardia en el curro, que si he tenido un ataque de una extraña enfermedad muy contagiosa... Pero por lo demás, no hay Dios que te libre del trajín. Salvo que tu relación con los novios sea un poco lejana y tengas la suerte de que te declaren excedente de cupo, hay que ir allí y aguantar el tipo desde la mañana hasta bien entrada la madrugada contemplando el más previsible catálogo de lamentables comportamientos humanos que cabe esperar de todo ritual preestablecido. Como lógicamente aquello, para ser una boda, tiene que cumplir los requisitos indispensables para definir el acontecimiento como "boda" (léase ceremonia nupcial, hombres vestidos con traje y corbata, novia vestida de blanco, arroz, banquete pantagruélico, alcohol a mansalva...), pues la gente tiende a estereotiparse en patrones de comportamiento que encarnan exactamente lo que se espera de ellos. En el fondo, la conciencia colectiva descerebrada que grita "¡Que se besen!" o "¡Vivan los novios!" en estado etílico preocupante no se diferencia mucho del comportamiento de las masas en el fútbol, las manifestaciones, los mítines o la instrucción militar. La uniformidad de vestimentas, menús, actividades y piezas musicales existente en todas y cada una de las bodas hace posible que la gente se sienta tranquila al sentirse perteneciente a una sociedad que la refleja. Un ejercicio de catarsis colectiva consistente en mirarse al espejo y comprobar que no pasa nada grave porque todos los que te rodean son tan gilipollas como tú.


2.
En una ocasión, hace años, cuando mi hermana empezaba a descubrir que había todo un mundo detrás de esos programas de redes P2P, me pidió que le ayudara a instalar eso del Kazaa a ver si encontraba canciones gratis. Eran los tiempos inmediatamente posteriores a la muerte del Audiogalaxy, o si se prefiere, los inmediatamente anteriores a la supremacía del eMule. El caso es que, una vez instalado el bicho, allá por finales de agosto, con todas esas verbenas y fiestas populares presentes en la calle, mi hermana me comunicó que quería buscar a ver si había "canciones de pachanga". Le dije que como no fuera más precisa, allí no había nada que hacer, que me dijera al menos el artista o el título de la canción. Pero mi hermana, como es lógico, desconocía tales datos. Por aquel entonces, yo aún ignoraba a qué se refería ella por "música de pachanga", pero una de las características de este género musical ya había salido a la superficie: se trata de canciones cuya audiencia ignora por completo tanto su autoría como su procedencia. Podría ser cualquiera, y de hecho lo es: da igual que hablemos de una canción de King Africa que del "Opá, yo vi asé un corrá", porque desde el momento en que se popularizan, pasan a ser parte del acervo cultural de la gente, y lo mismo la tocan los grupos de verbenas de los pueblos, que las orquestas de las bodas, que el figurín de Operación Triunfo. En una ocasión le pregunté a un amigo a ver quién coño cantaba aquello de La Bomba que estuvo de moda un verano y me respondió: "No sé, un gordo". De todos modos, no es que mi hermana no supiera ya quién cantaba las canciones que buscaba, sino que las describía tarareando un poco la letra y ejecutando absurdas coreografías corporales. Se refería a las canciones que sonaban en la época, cuando estaba ella de vacaciones en el Mediterráneo y bajaba a la verbena de fiestas de Estepona, o al baile del frontón en el que servían sangría y cerveza Mahou en vasos de plástico. Y curiosamente todas ellas tenían algo en común, más allá de su pésimo gusto musical: la letra de la canción no era otra cosa que las instrucciones a seguir para bailar correctamente la propia canción. Que si una mano en la cadera, la otra en la cintura, que si suavecito para abajo, que si para arriba, que si un pasito palante, María, y un pasito patrás... Me recordaba a aquello de la Yenka que cantaban Enrique y Ana. Y pensé en lo absurdo que sería si alguien escribiera un libro explicando como leer el propio libro, o si esta misma visión metalingüística del arte se aplicara a otros fenómenos. Un poco como hizo Scott McCloud en "Understanding Comics", pero para gente más sencillita y de poco pensar.


3.
Sólo existen dos formas eficaces de enfrentarse al duro trance de las bodas: la discreta huida a la francesa simulando algún compromiso urgente, o directamente la ingesta de alcohol hasta extremos descabellados. Como yo soy un triste peatón y en Bilbao las bodas se celebran siempre en chiringuitos de tomar por culo perdidos en carreteras comarcales de Loiu, Umbe o Bakio, pues nunca puedo marcharme en coche, por lo que suelo optar por la segunda vía. Como resulta que "estoy en esa edad", pues me ha tocado este año presentarme una y otra vez a filas para ver cómo algunos de mis incautos amigos de toda la vida pasan sucesivamente por la vicaría, con las consecuencias que todos podéis imaginar. En una hasta tuve la inesperada fortuna de que me tocara el asiento a menos de dos metros del bafle correspondiente, con lo que pude trasegar mis cafés y mis combinados de vodka bajo el estruendo de las envolventes melodías del Paquito Chocolatero o de la correspondiente cover-song de pachanga de Chenoa o Bisbal. El sonido no procedía en esta ocasión del equipo de un DJ o pinchadiscos, sino de una orquesta (por así llamarla) que tocaba allí in situ. La orquesta en cuestión constaba de dos componentes: un señor con pintas de cincuentón ye-ye que tocaba un órgano de esos de tres pisos, y una mujer de unos treinta y tantos que no tocaba ningún instrumento y bailaba ataviada con un vestido rosa presuntamente sexy, y que de vez en cuando, hasta decía alguna frase a la concurrencia.

Los bailes de las bodas son posiblemente el punto más bajo de todo el espectáculo que rodea a las mismas, el momento en que, ingeridos ya unos cuantos vinos y un par de copazos, los asistentes dejan ya de lado los escrúpulos y exhiben sin pudor alguno la verdadera naturaleza oscura del ser humano. De vez en cuando hay quien pone un toque de orgullo personal en la boda, como para expiar su pecado de estar pasando por lo que siempre proclamó que no haría: que si pone en un momento dado esa canción de U2 que tanto le gusta, que si pone la Marcha Imperial de la Guerra de las Galaxias a la entrada de los novios en el banquete... Por ejemplo, hace poco yo asistí a una en la que cortaron la tarta con una reproducción de la espada de Frodo en EL SEÑOR DE LOS ANILLOS, con la música de Howard Shore de fondo. O como Absence, que afirma haber contraído matrimonio con la misma banda sonora con la que Edward Norton y Helena Bonham-Carter asisten en EL CLUB DE LA LUCHA al derrumbamiento de la sociedad de consumo: el "Where is my Mind" de los Pixies. De todos modos, esto no dejan de ser detalles aislados de reafirmación personal en mitad de un caos que supera por completo a quien se deja llevar por la voragine, como cuando Millet escondía aquel ataud infantil en el Angelus, o como los cameos de Hitchcock en sus películas. La norma general pasa por asumir, por duro que nos parezca, que en un momento dado puedes descubrirte a ti mismo bailando con la novia el último éxito latino de turno, con la camisa por fuera, la corbata en la cabeza y el quinto o sexto destornillador derramándose por las costosas galas de los sujetos que te rodean. Que viene a ser un auto-descubrimiento tan horrible como el de Edward Norton antes de ver caer las torres. El enemigo, nuestro Tyler Durden particular, está a menudo dentro de nosotros.



4.
Las Novelty Dances son uno de esos fascinantes géneros musicales populares de lo más profundo de los States. Ahora que está tan de moda, gracias sobre todo a los programas P2P y a los blogs esos de MP3 insólitos, descubrir esas cancioncillas populares olvidadas en oscuras regiones de Louisiana y Tennessee, cabría plantearse si los musicólogos yanquis tendrán algún interés en descubrir clásicos populares nuestros como, qué sé yo, el Porrompompero, el Carrascal o el Badum Badum Badero (en general todas esas canciones que habéis cantado mil veces en los autobuses escolares o en las reuniones sociales amenizadas con grandes cantidades de alcohol). Porque para qué engañarnos, eso es lo que estamos haciendo nosotros. Y no podemos negar (yo al menos no lo niego) que en ocasiones descubrimos piezas especialmente adictivas, que en la América más profunda los conocerá hasta el Tato, pero lo que es aquí... Las llamadas Novelty dances son exactamente lo que os imagináis: canciones muy simples y pegadizas que por lo general nadie sabe quién compuso, que tienen un baile concreto atribuido, y que suelen ser interpretadas por orquestillas del agro, músicos de bodas y bautizos, y animadores de hoteles turísticos, para desatar la algarabía entre la concurrencia. Su característica más esencial es la de ser bailes grupales que llevan bailándose desde tiempos remotos sin que su popularidad haya disminuido. Todo el mundo los conoce: que si la del watusi, que si el Hully Gully, que si el Bunny Hop... Cualquier acontecimiento festivo es bueno para ponerse a tararearlas y a bailarlas. Otros rasgos de estos bailes tan peculiares son, según la Wikipedia, su contenido presuntamente jocoso o humorístico, sus títulos grotescos o bizarros, sus ridículas coreografías, sus letras repetitivas que subrayan con frecuencia los pasos de baile a ejecutar, y el hecho de ser bailes participativos de los de hacer muchas risas. En otras palabras: Paquito Chocolatero.


5.
Una de las novelty dances más famosas de todos los tiempos, la novelty dance por antonomasia, es el célebre Hokey-Pokey. En un episodio de BABYLON 5, Peter Jurasik decía que en el siglo 23 el Hokey-Pokey sería "la única canción que todos los humanos enseñaban a cantar a sus hijos". Como la mayoría de los novelties, proviene de los cincuenta, década de la horterada estética yanqui por excelencia. Pero eso sí, ni puta idea de su origen específico. Hay quien dice que se compuso en 1949 para animar las fiestas turísticas de la estación de esquí de Sun Valley, Idaho. Pero claro, eso no concuerda con la versión que asegura que ya en la Segunda Guerra Mundial era un baile especialmente popular entre la infantería británica y norteamericana. De hecho, la letra del tema es casi clavada a la de la Hokey-Cokey dance, otro baile similar que se viene bailando en Inglaterra desde mediados de la década de los 40. La oficina de copyrights de los Estados Unidos tiene el tema registrado a nombre de dos tíos desconocidos que atienden a los nombres de Robert P. Degan y Joseph P. Brier, aunque dadas las fechas, nadie se cree que fueran ellos los compositores originales. La versión más famosa es la que interpretó la banda de Ray Anthony a mediados de los cincuenta, pero desde entonces hay otro buen montón de ellas en el mercado. La letra de la canción, por supuesto, no tiene absolutamente ningún sentido, si bien existen mil y un pajeras teorías sobre el posible significado de las palabras "Hokey Pokey": unos dicen que el estribillo es una adaptación del Hinkum-Bobby, que era a su vez un cántico de una secta de cristianos célibes británicos; otros sostienen que rimas muy similares ya se hallan en antologías de danzas tradicionales de los siglos diecisiete y dieciocho. Por su parte, el Oxford English Dictionary (el monolingüe tocho) nos dice que "Hokey Pokey" es una derivación de "Hocus Pocus", las pálabras mágicas que usaban los hechiceros para ridiculizar el ritual eucarístico católico.

Sea como sea, al final nadie sabe muy bien de dónde proviene el baile, pero todo el mundo conoce el procedimiento: se forma un corro entre todos los participantes, y se van siguiendo las instrucciones que va dando el cantante de la orquesta, que va nombrando diferentes partes del cuerpo (imaginamos que esas que estáis pensando no se incluirán), para que el público las mueva hacia dentro y hacia fuera del círculo, y finalmente las agite histéricamente. Acto seguido se levantan las manos por encima de la cabeza, se agitan en el aire, se da un giro de 360 grados, y todo comienza de nuevo con la siguiente parte del cuerpo. La descripción de este absurdo proceso es el único contenido de la letra de la canción, como podéis comprobar aquí, parte anatómica tras parte anatómica. Evidentemente, versiones de este clásico de los jolgorios familiares los hay para dar y tomar, pero si vamos a por los más reveladores, es el mítico 365 Days Project el que nos da la respuesta. Por un lado, nos ofrece la absurdísima versión disco de la canción, que en realidad no es ni disco ni nada, sino una especie de ritmillo para hacer aerobic y gimnasia rítmica, con una voz monocorde de un señor dándonos instrucciones como si fuera la Eva Nasarre de la América más WASP. Pero esta joya no es nada comparada con esta otra perla de gran valor antropológico. Se trata de una grabación real de una boda celebrada a mediados de los 80 en algún lugar de New Jersey. Al principio comienza con un bailecillo introductorio, pero un poco antes de cumplirse el tercer minuto del fichero, la desconocida Harry Sands Orchestra arranca con el Hokey Pokey en directo mientras los ebrios invitados de la ceremonia hacen como que bailan en círculo en plan descerebrado. La canción te traslada allí mismo, al puto escaparate de las miserias americanas más lamentables, a esa pista de baile improvisada llena de servilletas, migas de pan y vajillas manchadas, con los sudorosos comensales poniendo a prueba su capacidad de auto-humillación y logrando, por increíble que parezca, pasar un buen rato en ese pandemonium delirante y blasfemo. Al final uno se da cuenta de que el patetismo de estas cosas no está en esos restaurantes enormes de Lujua y Gatika. Está dentro de nosotros. Más allá de localismos y tradiciones, uno descubre que a pesar de la barrera cultural, la idiomática y la oceánica, el ser humano es capaz de reconocer a sus semejantes allá donde vaya por su tendencia innata a hacer el subnormal.

9 Comments:

At 4:19 PM, Blogger Shiba said...

¡Te has explayado a gusto, hijo mío!

Sólo puedo decir una cosa: muerte a King África, por Dios.

 
At 10:03 AM, Anonymous Anonymous said...

el viernes estuve en bodorrio familiar. Al ser de tarde, el número de horas invertidas es francamente inferior, lo que se agradece. El punto guay de la pareja fue poner una marcha tipo celta en su entrada en el banquete (creo que bso de braveheart o alguna otra). Y las ventajas de estar en bilbao fue que pude huir pronto. Vamos, que sólo oí siete canciones del baile, todas todas ellas de triunfitos varios. No llegué al paquito en cuestión, no sé si el dj caería en el ritual.

me he reído rato largo con el post, anyway

 
At 4:24 PM, Blogger amulet88 said...

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At 4:11 PM, Anonymous Anonymous said...

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At 4:36 PM, Anonymous Anonymous said...

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At 5:07 PM, Anonymous Anonymous said...

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